EL ARTE DE LO INÚTIL


Ayer fui a una despesca. Era la excusa para estar juntos los amigos y alejar el jolgorio de los niños de nuestros oídos –que no del pensamiento- durante unas horas. El lugar fue la Salina de San Vicente, un lugar tan antiguo que hasta las gaviotas se llaman de tú. Decía su capataz que era la única salina que hoy seguía en activo. No sé si será cierto.

Ya en tiempos pretéritos Estrabón nos contaba que los fenicios de Gadir trocaban el plomo y el estaño por la tan preciada sal, de gran importancia para la conserva y la salazón de los alimentos. La sal de nuestra tierra, dada la conjunción de sol + viento de levante, tenía una merecida fama de calidad por la calidad de su sabor y el tiempo de conservación de los alimentos. En esas salinas que poblaban los caños jugaban nuestros padres, rubios y delgados, tirándole a los pájaros con carabinas de plomillos tal que sus abuelos, allí mismo, habían tirado a los franceses, rubios y delgados, doscientos años antes. En esa época, como en la anterior, hombres recios de tez cetrina peinaban nuestros suelos, surcaban en candray las aguas, a cambio de su salario, o sea, de pago en especie de sal.

Con el tiempo los dueños comprobaron que del mismo misterio de la sal nacía un gama de pescados cuya sabrosura ya es legendaria y que eran degustados por los mismos operarios de la salina surgiendo el arte de las salabares, las nasas y las redes. El pescado de estero. El respeto al alevín enviado de vuelta al chiquero y la habilidad de frezar las doradas, mañana al punto de sal.

El hombre de la salina nos contó un discurso vivido de memoria hasta que comprobó que empezábamos a distraernos. Dos veces repitió lo mismo. Cuando algo no es rentable, se cierra, y la salina no es rentable, por eso sólo quedaba la suya de las ciento que había. El paradigma de la economía: lo que no es rentable es inútil, se finiquita. Pero algo de visión empresarial hay en esta gente de la Salina de San Vicente que organiza despesques para colegios y turistas, que celebra almuerzos y cenas, que integra la tradición en la onda del marketing más puro: la vuelta a los orígenes. Hay que verlo todo en perspectiva. Una manera de ganarse la sal milenaria que se completó e implementó con otra distinta –la venta del pescado de estero- y que ahora sirve de atracción gastronómico-turística para gente de secano a la que seduce el mar en todas sus acepciones. La necesidad agudiza el ingenio. Y en tiempos de crisis más. El viejo capataz ideó un plan para ganar sal de lo inútil y nos lo estaba explicando, pero no le escuchábamos. Queríamos ver los peces.

Comentarios

MR BAD GUY ha dicho que…
Buena entrada.

Cualquier excusa es buena para vernos los caretos en otros ámbitos que el estrictamente judicial. Hoy es una salina, mañana ¿un partido de basket? Escucho ecos de voces clamando venganza por la derrora de enero, ya me dirás que haces con el guante.
Montiel de Arnáiz ha dicho que…
voces claman de dolor por las narices rotas!!!
Space Woody/Jagger ha dicho que…
Interesante historia con el hombre de la salina. Una doradita de esas a la sal me papeaba ahora mismo. Abrazo.

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