MARC EL VAMPIROS

El cielo era gris, como tantas otras veces que había mirado por la ventana de marcos oscurecidos, madera noble, carcomida por la termita. Era gris marengo. Las personitas vagaban inmisericordes, alejadas de la realidad, mirando la ventana con hambre insaciada. Las personitas eran personitas porque había una considerable distancia entre ellas y Marc. Si estuvieran cerca la furia del hambre no se podría contener e intentarían devorarlo, separar sus ligamentos de los huesos de la espina dorsal, para evitar que se crease otra personita hambrienta que disputara la comida.

Lo intentarían, claro está, pero desde su conversión, las personitas poco podían hacer con Marc, que era mucho más veloz, rápido, intuitivo y mortal que los grupos de zombies que correteaban las calles. Y más que todo eso era fuerte, increíblemente fuerte. Podía desmembrar un zombie con un mero gesto de los brazos, y si se veía rodeado por muchos, con un salto alcanzaba la copa de un árbol para poder otear la zona cercana o elegir una víctima solitaria. Al principio no le había gustado, se oponía a la conversión, pero pasado el tiempo, Marc estaba conforme con su condición de vampiro neonato.

Las personitas no podían olerlo, ni a él ni a ningún vampiro. Era una ventaja notable para emboscarlos en los ascensores, donde su rapidez era mortífera. Claro que para cualquier ser humano un ascensor y un zombie era una combinación definitiva. Los vampiros eran más pacientes, mucho más selectos. Sabían que quedaban pocos humanos y podían albergarlos en bodegas, darle una vida apacible sin necesidad de traumas. Una donación de sangre cada cuatro días, apenas medio litro, bastaba para alimentarlos. Habían conseguido reprimir su instinto sanguinario pero apenas podían controlar el sexual. Su natural apatía los convertía en máquinas de sorber, pero también de chupar. Como los enfermos de Parkinson, el virus del vampirismo les aumentaba el apetito sexual, y para eso aún no había cura.

La primera vez que se enfrentó a lo que antes había sido un ser humano, su naturaleza mejorada le permitió estudiarlo con velocidad antes de tan siquiera tener que prever su ataque. El zombie vestía una bata blanca, y un estetoscopio colgaba de su cuello. La bata estaba estampada con numerosas salpicaduras de sangre, procedentes, supuso Marc, de alguna víctima indefensa. Podía oler la sangre y le enfurecía el desperdicio, ante la terrible sequía que había supuesto la epidemia zeta. El joven vampiro mantenía su condición física del día de la conversión: tenía veinticinco años y estaba musculado. Marc preparaba una oposición para la policía nacional desde hacía dos años. Estaba casi seguro de que la iba a aprobar. Su cabello negro y su perilla recortada le conferían un aspecto temible, contrastado con el azul eléctrico de sus ojos. Vio venir al zombie, la bata de médico aleteó antes de su ataque y con un mero golpe en el cuello, la cabeza se desprendió del tronco y cayó inerme al suelo.

Fue una más de las miles de batallas que se produjeron en ese triste mes de marzo de 2012, para la búsqueda de la conservación de la especie. No querían oro ni joyas. Unos ansiaban la sangre y otros la carne. El litigio era inaplazable.

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